El 29 de mayo la Iglesia católica celebra la memoria de San Pablo VI. Muchos lo conocimos, porque vivimos en su época y nos es una figura familiar. Giovanni Battista Enrico Antonio María Montini (Concesio, 26 de septiembre de 1897-Castel Gandolfo, 6 de agosto de 1978), fue el 262° Papa de la Iglesia católica y soberano de la Ciudad del Vaticano desde el 21 de junio de 1963 hasta su muerte en 1978. Le tocó vivir la era postconciliar en un mundo que cambiaba minuto a minuto.
Entre los años sesenta y ochenta, la realidad social y política global cambió radicalmente, alejándose muchas veces no sólo de la herencia de valores y convenciones sociales que se habían afirmado en siglos anteriores, sino también al separarse de la religión de la espiritualidad. Pensemos en los movimientos de protesta juvenil, que culminaron con las insurrecciones de 1968, y que propiciaron el nacimiento de culturas alternativas y laicas. Pero no podemos olvidar también la Guerra Fría y la instauración de la ideología comunista de matriz soviética marxista, laica y anticlerical, y el terrorismo, que en Italia se manifestó en acciones sanguinarias llevadas a cabo por grupos de extrema izquierda y extrema derecha, como Brigate Rosse y Ordine Nuovo.
La Iglesia todavía estaba inmersa en los acontecimientos mundiales y, sin embargo, su papel necesitaba cambiar, para que todavía se le pudiera dar la oportunidad de intervenir y marcar la diferencia. La célebre frase pronunciada por Pablo VI en 1968, cuando el viento de protesta amenazaba con derrocar por completo doctrinas y dogmas: “Estábamos esperando la primavera y ha llegado el invierno”.
Ya Juan XXIII, que le precedió en el trono papal, intentó gestionar las fricciones entre la Iglesia y las nuevas realidades que se le oponían, instituyendo el Concilio Vaticano II en 1962. Este mismo Concilio fue continuado por Pablo VI, que subrayó la importancia de la fe y la humanidad como instrumentos de colaboración entre la Iglesia y el mundo, y la Iglesia surgió reformada internamente y en su forma de afrontar la modernidad y hacia otras profesiones religiosas.
Pero más allá de las presiones externas que pusieron en peligro la integridad milenaria de la Iglesia, Pablo VI también tuvo que afrontar problemas internos que hicieron vacilar su autoridad. Por un lado, los ultra tradicionalistas que expresaron su desacuerdo con cualquier intento de apertura y modernización y, por otro, los representantes del clero cercanos a los círculos socialistas que reclamaron la necesidad de mayores innovaciones, acusando al Papa de inacción. Esto provocó continuas tensiones entre el Papa y el colegio episcopal durante todo su mandato.
Si su predecesor Juan XXIII, a quien Pablo estaba profundamente unido por una relación de mutua estima y amistad, era un hombre abierto al mundo, extrovertido y cercano a las personas, Pablo VI era mucho más reservado y austero. Esto no le impidió demostrar grandes capacidades diplomáticas y políticas, también gracias a la experiencia adquirida primero como alto funcionario de la Secretaría de Estado, luego como arzobispo de Milán y finalmente como cardenal.
Era un hombre cortés, profundamente humano, culto y pertenecía a la alta burguesía italiana que había marcado la historia política y cultural del país a lo largo de dos siglos. Un hombre aparentemente inadecuado para afrontar las profundas revoluciones sociales y culturales de esta época y, sin embargo, fue precisamente gracias a su equilibrio que supo gestionar la Iglesia con mano firme y segura a través de las tormentas de estos años turbulentos.
Como mencionamos más arriba, Pablo VI nació el 26 de septiembre de 1897 en Concesio, al norte de Brescia, en el seno de la familia Montini, que pertenecía a la clase media alta. Fue bautizado con el nombre de Giovanni Battista. Su padre, Giorgio, era un abogado que dirigía el periódico católico “Il Cittadino di Brescia” y más tarde fue diputado del Partido Popular Italiano de Don Luigi Sturzo. Su madre, Giuditta Alghisi, pertenecía a la nobleza rural local.
Asistió a la escuela como estudiante externo debido a problemas de salud en el colegio “Cesare Arici” de Brescia, dirigido por los jesuitas. Tras obtener el bachillerato clásico en 1916, ingresó, todavía como alumno externo, en el seminario de Brescia.
A partir de 1919 pasó a ser miembro de la FUCI, Federación Universitaria Católica Italiana. Fue ordenado sacerdote el 29 de mayo de 1920, en la Catedral de Brescia. Asistió a la Universidad de Milán, obteniendo el doctorado en derecho canónico, luego en Roma para seguir cursos de derecho civil, derecho canónico, letras y filosofía. También y así comenzó a colaborar durante el pontificado de Pío XII. En 1923 fue invitado durante un año como asistente a la nunciatura apostólica en Varsovia, Polonia, donde se encontró enfrentando los efectos del nacionalismo local, que veía negativamente a los extranjeros.
En 1937, Montini fue nombrado sustituto de la Secretaría de Estado y en esa función redactó el mensaje radial leído el 24 de agosto de 1939 por el Papa Pío XII, electo entretanto, con el fin de conjurar la declaración de Guerra.
Durante la guerra trabajó en la Oficina de Información del Vaticano. También participó en operaciones encubiertas para ocultar y rescatar a miles de judíos romanos. Cuando, al final del conflicto, el Papa se vio abrumado por acusaciones por el comportamiento de la Iglesia hacia el nazismo, no se vio afectado.
En 1944 asumió el cargo de Prosecretario de Estado y continuó colaborando con el Papa Pío XII, especialmente en la defensa del mundo católico contra la difusión de las ideas marxistas.
El 1 de noviembre de 1954 fue nombrado arzobispo de Milán. Como arzobispo, demostró interés y simpatía por las condiciones de los trabajadores y colaboró con sindicatos y asociaciones para mejorarlas. También se hizo cargo de la construcción de decenas de nuevas iglesias. Se mostró liberal y abierto al diálogo incluso con cismáticos, protestantes, anglicanos, musulmanes, ateos, lo que le valió la reputación de progresista.
El 28 de octubre de 1958 ascendió al trono papal Angelo Giuseppe Roncalli, el papa Juan XXIII, gran amigo del futuro Pablo VI, que fue nombrado cardenal por él. Con su nuevo rol viajó por todo el mundo como representante del Papa y fue miembro de la comisión preparatoria del Concilio Vaticano II.
Tras la muerte del Papa Juan XXIII, Giovanni Battista Montini fue elegido Papa el 21 de junio de 1963 y tomará el nombre de Pablo VI. Supo apoyar la modernización de la Iglesia sin perder nunca de vista la tutela de la fe y la supremacía de los derechos humanos, ante todo la defensa de la vida.
Fue el primer Papa en viajar en avión y esto le permitió llegar a tierras lejanas, manteniendo relaciones con estadistas y líderes religiosos. En particular, con motivo de su primer viaje a Tierra Santa en enero de 1964, se unió en un abrazo simbólico al patriarca ortodoxo de Constantinopla, Atenágoras I, y este gesto condujo al acercamiento entre las dos iglesias y a la redacción del 1965 Declaración Conjunta Católico-ortodoxa.
También fue el primer Papa de la historia en pisar la sede de la ONU, donde pronunció un llamamiento urgente por la paz el 4 de octubre de 1965, retransmitido en todo el mundo. Estamos en plena Guerra Fría, el mundo está partido en dos por el Pacto Atlántico (Estados Unidos y países proamericanos) y por el Pacto de Varsovia (estados satélites de la Unión Soviética).
Así dijo el Papa, dirigiéndose a los representantes de los Estados presentes y al mundo entero: “Ustedes sancionan el gran principio de que las relaciones entre los pueblos deben regularse por la razón, por la justicia, el derecho y la negociación, y no por la fuerza, ni por la violencia, ni por la guerra, ni por miedo y engaño”.
En 1967 también estableció el Día Internacional de la Paz, que se celebró por primera vez el 1 de enero de 1968.
Como mencionamos anteriormente, Pablo VI continuó la obra de su predecesor Juan XXIII al retomar los trabajos del Concilio Vaticano II, que concluyeron en 1965. Los puntos principales de este Concilio fueron: una mejor comprensión de la Iglesia católica; reformas de la Iglesia; progreso en la unidad del cristianismo; diálogo con el mundo.
En particular, la reforma de la liturgia ya iniciada por Pío XII (1939-1958) se implementó con nuevas innovaciones. Ya con Pío XII se había permitido el uso de la lengua vulgar para bautismos, funerales y otros eventos. Después del Concilio Vaticano, en 1969, aunque el Misal no sufrió modificaciones particulares, Pablo VI aprobó la “nueva Misa” en la lengua nacional. La Misa Tridentina continuó celebrándose en latín.
Además, la Constitución “Sacrosantum Concilium” una de las cuatro emitidas por el Concilio Vaticano II, exigía que el sacerdote administrara la misa mirando a los fieles (versus populum) y ya no mirando hacia el este (ad Deum), entonces se permitió la introducción de música popular y moderna en las celebraciones litúrgicas, que hasta entonces había estado estrictamente prohibida. En 1966, Pablo VI abolió el índice de libros prohibidos (el Codex), mantenido durante más de cuatrocientos años y sostenido por el clero más conservador. También revolucionó la elección papal, estableciendo la edad máxima de 80 años para participar en el Cónclave y limitando la pompa ostentosa de esta ocasión. Pablo VI eliminó muchos de los ornamentos que durante siglos habían caracterizado al papado, logrando modificar sustancialmente la ceremonia de coronación papal.
Por otra parte, sin embargo, confirmó lo establecido por el Concilio de Trento respecto del celibato sacerdotal, con la encíclica “Sacerdotalis Caelibatus” del 24 de junio de 1967, y apoyó la posición tradicionalista respecto a la anticoncepción, repitiéndola en la encíclica “Humanae Vitae” del 25 de julio de 1968 lo que ya había declarado el Papa Pío XI, es decir, que era ilícito que los matrimonios católicos utilizaran anticonceptivos de naturaleza química o artificial. También rompió el molde al instituir con el título de “doctoras de la Iglesias” a dos mujeres: a santa Teresa de Ávila el 27 de septiembre de 1970, con la Carta Apostólica “Multiformis sapientia Dei”, y a santa Catalina de Siena, el 4 de octubre de 1970, con la Carta Apostólica carta “Mirabilis en Ecclesia Deus”.
Fue el Papa Juan Pablo II quien abrió el proceso diocesano para la beatificación de Pablo VI. De hecho, al Papa se le habían atribuido dos milagros, uno relacionado con la curación de un niño que debería haber nacido con problemas físicos, el otro con una niña nacida tras un parto difícil y aparentemente desesperado. Pablo VI fue beatificado el 19 de octubre de 2014 por el Papa Francisco. Sigue siendo el Papa Francisco quien el 25 de enero de 2019 estableció la memoria litúrgica de San Pablo VI el 29 de mayo, día de su ordenación sacerdotal.
Entre las diversas encíclicas escritas por Pablo VI, sus más recordadas y conocidas son: “Populorum Progressio” (El desarrollo de los pueblos) del 26 de marzo de 1967, Dedicado a la cooperación entre los pueblos y al problema de los países en desarrollo. El Papa denunció el resurgimiento del desequilibrio entre países ricos y pobres, el neocolonialismo, el capitalismo y el colectivismo marxista. Por otro lado, propone la creación de un fondo global de ayuda a los países en desarrollo. Y “Humanae Vitae” del 25 de julio de 1968, su última encíclica que define la doctrina sobre el matrimonio y subraya la finalidad reproductiva del acto conyugal, negándose a la contracepción entre los cónyuges.
El secuestro del ex primer ministro italiano Aldo Moro fue un golpe muy duro para él, y escribió una carta dirigida a las “Brigadas Rojas” en la cual en un párrafo decía: “de rodillas se lo ruego, liberen a Aldo Moro, simplemente, sin condiciones, no tanto por mi humilde y bien intencionada intercesión, sino debido a que comparto con ustedes la común dignidad de un hermano en la humanidad…”
Pablo VI dejó la Ciudad del Vaticano, el 14 de julio de 1978, para ir a la residencia papal de Castel Gandolfo. El 6 de agosto sufrió un infarto agudo de miocardio, después de lo cual continuó luchando por su vida durante tres horas y falleció a las 21:41. A su muerte, se dispuso un funeral austero y sencillo, hecho que se vio patente en el ataúd del papa, que era de madera y sin adornos ni decoraciones. Sobre este, durante las exequias, se colocó un libro de los Evangelios. Fue enterrado bajo el suelo de la basílica de San Pedro. En su testamento, pidió ser enterrado en «tierra verdadera» por lo tanto, no tiene un sepulcro, solo una tumba en el suelo que lo cubre una muy simple lápida en las “grutas vaticanas”.
Sobre él nos dice el Beato argentino Francisco Pironio: “Pablo VI sufrió mucho. Le tocaron tiempos difíciles; indudablemente, los más difíciles del siglo, si tenemos en cuenta los dolores del mundo y la problemática de la Iglesia. La aplicación del concilio no fue fácil; quizá la Iglesia que él había soñado como arzobispo de Milán y Padre conciliar no era todavía la «inmaculada esposa de Jesucristo». No faltaron voces (de derechas o de izquierdas) que lo culparan, en esta crisis de la Iglesia, o de exceso de audacia o de falta de coraje. Pareciera que el capitán de la barca tuviera siempre la culpa de la furia de las tormentas. Se ha acusado a Pablo VI de haber sido demasiado blando en los abusos en materia de fe, de disciplina, de liturgia. Peroi lo más importante fueron las luces que encendía, las orientaciones doctrinales que daba, el Espíritu que infundía.