La historia de los Juegos Olímpicos tiene múltiples casos de personajes que rompieron barreras o consiguieron un hito para sus carreras. Muchos de ellos no lograron ganar una medalla, otros sí conquistaron un metal que cambió sus vidas. Para bien o para mal, casi de un instante a otro. Ese fue el caso de John Akii Bua, una de las mayores sorpresas de todos los tiempos en la cita que reúne a los mejores deportistas del mundo.
Durante Múnich 1972, particularmente el 2 de septiembre, el nacido en Lira, una localidad al Norte de Uganda, marcó una página gloriosa para el deporte de su país, ya que se convirtió en el primer campeón olímpico de la nación africana. En una época en la que el nadador Mark Spitz de los Estados Unidos fue la estrella de esos Juegos con siete oros, la consagración del ugandés en los 400 metros con vallas tiene un capítulo especial en los libros.
Bua nació en la extrema pobreza. Su padre, un granjero semi nómade y polígamo, llegó a tener 44 hijos gracias a la relación que forjó con las ocho esposas que tuvo a lo largo de su vida. Cuando John Akii tenía 15 años, tuvo que dejar la escuela para ayudar a su progenitor en las tareas del campo para arrear a las 120 rebaños del ganado familiar.
“Los ordeñaba, araba con ellos, todo. En 1956, cuando yo era muy joven, los leones se llevaron ovejas y cabras de nuestra finca, incluso ganado vacuno. Observé de cerca algunas pitones muy grandes. Y teníamos monos salvajes. Pueden burlarse de ti y tirarte cosas. Te hacen huir”, fueron las palabras que utilizó Bua para recordar su adolescencia en Uganda en una entrevista con la revista Sports Illustrated pocos meses después de ganar el oro olímpico en Alemania.
La partida de nacimiento dice que Akii nació en 1949, pero muchos creen que la fecha de su llegada al mundo fue varios años antes. Luego de la muerte de su padre, cuando todavía no era mayor de edad, su madre Imat Solome le sugirió dejar el pueblo y se dirigió camino a la capital del país Kampala, donde tras repartir su tiempo en diferentes labores se incorporó a la policía local. “En la adolescencia, levantarme a trabajar en la granja a las 5 de mañana fue demasiado para mí, no tenía zapatos para protegerme contra las serpientes”, se le escuchó decir en un documental que difundió la BBC en 2008.
Su paso por la academia policial fue un éxito en lo deportivo. Ganó cuatro campeonatos que lo llevaron a sumarse a la selección ugandesa de atletismo. Pero el cambio real en la forma de competir para Akii Bua llegó de la mano del entrenador británico Malcolm Arnold, quien con el paso de los años se convirtió en su confidente y amigo personal. En una primera instancia, buscó clasificar a los Juegos Olímpicos de México 68 en 110 metros con vallas, pero ante la negativa, su técnico cambió la disciplina.
Cuatro años después, logró el pasaje a Múnich y llegó a la competencia con el antecedente de un cuarto puesto en los Juegos de la Mancomunidad de Edimburgo 1970. Por eso fue que su victoria en los Juegos de 1972 fue una sorpresa. Es más, para muchos en el mundo del atletismo fue una casualidad, por el perfil despreocupado que tenía Bua en su forma de entrenar. En aquella época, la prueba con vallas era considerada muy técnica, y el ugandés, junto a Arnold, llevaron adelante un entrenamiento agotador para llegar a los Juegos Olímpicos.
Después de ponerse una chaqueta de 15 kilos de plomo en sus espaldas y saltar vallas por encima del tamaño oficial de competencia en la preparación para el evento, John Akii Bua no llegó como favorito a la carrera. El candidato a quedarse con la dorada era el británico David Hemery campeón olímpico cuatro años antes, pero el ugandés mostró todo su potencial ya en las semifinales, en las que también superó a otros rivales de importancia.
Ya en la final, aquel africano alto y de piernas largas, que tenía el número 911 en su cartel de presentación, estaba relajado en medio de la pista del estadio nacional de Múnich. Se reía y saludaba al público en las gradas hasta que el clásico disparo de señuelo puso en marcha la definición por las medallas. Al llegar a la última curva, de cara a la recta final, todos los presentes vislumbraron lo que finalmente ocurrió: Akii Bua rompió los relojes con un tiempo de 47.82, nuevo récord mundial de los 400 metros con vallas, y resultó el primero que bajó los 48 segundos en la disciplina. Un hito para la historia olímpica de alguien que nadie tenía en cuenta que podía ganar.
Fuera del contexto deportivo, y mientras se gestaba lo que sería el histórico logro de aquel policía devenido en atleta, a principios de 1971 apareció la figura del dictador africano Idi Amin, quien fue llamado el “Carnicero de Uganda”, porque imprimió un período sangriento en el país, que incluyó el asesinato de entre 100 y 300 mil personas. Apuntado por perseguir a las minorías y sus opositores, una de las tribus que buscó erradicar fue al pueblo lango, la etnia a la que pertenecía quien se coronó como el primer campeón olímpico del país.
En su regreso a Uganda tras la consagración, Akii Bua fue recibido con honores: el dictador lo ascendió con el rango de inspector dentro de la policía, le regalaron una residencia y lo homenajearon poniéndole su nombre a una de las avenidas principales de la ciudad de Kampala, pero la situación comenzó a empeorar cuando Amin no le permitió salir a competir con frecuencia fuera del territorio africano. A eso se le sumó el boicot de los Comités Olímpicos Nacionales de África a los Juegos Olímpicos de Montreal 1976, después que los All Blacks jugaron contra los Springboks, en una clara violación de parte del seleccionado de Nueva Zelanda a la prohibición que exisitía en esa época para que los equipos que jugaban ante la llamada “Sudáfrica del Apartheid” por las políticas de segregación racial que llegaron a su fin de la mano de Nelson Mandela.
En 1979, cuando el sangriento líder de Uganda intentó invadir Tanzania y perdió la batalla, todo se derrumbó para Akii Bua. En un intento por salvar su vida y la de su familia -su esposa Joyce y sus hijos Tony de 8 años, Tonia de 5 años y Denise de casi 2-, escapó raudo con un vehículo hacia Kenia. En ese tramo, su pareja dio a luz a un bebé prematuro, que murió un día después de su nacimiento. La historia cuenta que luego de eso, el hombre que hacía tres años se había subido a lo más alto del podio en Múnich, fue detenido y vivió durante un mes en un campo de refugiados hasta ser liberado. Muchos pensaron que había sido asesinado, pero resistió.
Un reporte del medio estadounidense Eugene Register Guard de mayo del 79 contó que sus familiares lograron escapar gracias a la ayuda del director de la firma de indumentaria deportiva que vistió al ugandés. “La familia fue trasladada en avión fuera de Kenia con la ayuda de Occidente, la Embajada de Alemania. Joyce Akii-Bua llamó a Joe Dittrich, el director de Puma, diciéndole que su marido había sido puesto en libertad… Y había regresado solo a Uganda para comprobar cómo estaban otros miembros de su familia”.
En los meses previos a los Juegos de Moscú 1980, donde participó y quedó fuera de la final al registrar un tiempo por encima de los 50 segundos, el corredor fue asilado en la Alemania Federal hasta que tres años más tarde regresó a su país. En los primeros tiempos después de su vuelta, nadie recordó su increíble gesta deportiva, hasta que se convirtió en técnico del equipo de atletismo y fue reincorporado a la policía.
La muerte de su esposa Joyce lo marcó. Eso lo hizo volcarse al alcohol, a pesar de ser una persona relevante para las fuerzas de seguridad. En 1997, con 11 hijos de su matrimonio, la cirrosis fue un golpe demasiado duro para su cuerpo, que no resistió a pesar de tener 48 años. John Akii Bua fue honrado con un funeral de estado en la localidad donde nació y tiempo después, el estadio y una escuela llevan el nombre de un personaje que marcó a la familia olímpica del continente africano.