Juan María Traverso pasó a la inmortalidad. Se fue el último gran ídolo del automovilismo argentino. Tenía 73 años debido a una grave enfermedad entró a boxes para siempre. Sus hazañas son eternas y en las retinas y corazones de las fanáticos seguirá presente por siempre.
El Flaco de Ramallo no es sólo el máximo campeón argentino de pista con 16 coronas (7 de TC 2000, 6 de TC y 3 de Top Race), una más que Agustín Canapino. Es una marca registrada del carisma y personalidad que generó amores y odios.
El joven de Ramallo que debutó en el Turismo Carretera con 20 años con un Torino en 1971 y que en su segunda temporada ya fue contratado por el equipo oficial Ford, corrió contra su ídolo, Eduardo Copello, y logró su primera victoria.
En la octogenario categoría logró sus primeros títulos en 1977 y 1978 con un Ford Falcon. En 1979 probó suerte en Europa y corrió en la Fórmula 2 Europea con un March. Afirmó que Bernie Ecclestone le ofreció un contrato para reemplazar a Niki Lauda en el equipo Brabham de Fórmula1, pero como un gran hijo volvió al país para ayudar a su padre, Juan Cruz, un ingeniero agrónomo que a fines de aquel año atravesó un duro momento económico.
Juan María dejó atrás la única chance de correr en Fórmula 1 por bancar la parada. Se reinventó y fue uno los fundadores del TC 2000, donde sus 7 títulos y otras marcas lo ponen en la cima de las estadísticas y es casi imposible que sea superado.
En esa categoría sus cupé Renault Fuego fueron irónicas y escribió sus más grandes leyendas. Desde ganar con una rueda en llanta en Pigüé en 1986, con un coche prendido Fuego en General Roca 1988, o completar otra con tres ruedas en Alta Gracia 1998, ya con un Honda Civic.
A esa altura volvió al TC por pedido de Oscar Aventín, entonces referente y bicampeón de la especialidad. El Puma de Morón le pidió que lo ayude para terminar con las carreras en ruta, tras los trágicos accidentes de Roberto Mouras en Lobos 1992 y Osvaldo Morresi en La Plata 1994.
El Flaco regresó con gloria y fue tricampeón entre 1995 y 1997 con Chevrolet. El primer año de ese tridente exitoso lo hizo con una revolución e incorporó el super profesionalismo al automovilismo argentino con un motorista y chasista exclusivos, Jorge Pedersoli y Alberto Canapino, respectivamente. El mejor presupuesto de todos con la conocida empresa de correos.
En 1995 logró un hito único e irrepetible al ser campeón de TC y TC 2000, el último en la especialidad, ya con un Peugeot 405.
En esa época sus frases fueron un clásico como el “quién carajo es Nora Vega”, en disgusto por no ganar el Olimpia de Oro ante la patinadora que brilló en los Juegos Panamericanos de Mar del Plata 1995. No le gustaba perder.
En 1998, ante la imposibilidad de batir a un joven Guillermo Ortelli en el TC, reconoció que en la última carrera en Olavarría se dejó pasar para no ser subcampeón y terminar tercero. “Emilio Satriano lo perdió, no yo”, dijo ese día en referencia al otro aspirante al cetro.
Otro ícono fueron sus inolvidables puteadas, la más célebre contra Gabriel Ponce de León en Río Cuarto 2004, cuando tras un toque del piloto de Junín y choque gritó ante las cámaras de televisión: “Pendejo hijo de re mil puta y c… de su madre, estoy para cagarlo bien a trompadas”. Aseguró que la puteada era terapéutica porque le ayudaba a no hablar de más: “Si alguien te dice ‘no, mire, no pienso igual porque…’. Yo le digo, ‘usted es un pelotudo’, y se terminó la charla”.
El joven remisero de Mirtha Legrand, el que se retiró en 2005 antes de largar una serie de TC en Olavarría porque ya “no tenía ganas”. El que fue rival y amigo de Luis Rubén Di Palma, al que ayudó más de una vez afuera de la pista y cuyos toques dentro de ella nunca terminó en una denuncia ante los comisarios deportivos.
El que se peleó con Marcos Di Palma, pero que luego hizo las pases y hasta le siguió los chistes y chicanas para recibir una gorra y foto autografiada del arrecifeño.
El que no denunció a Ernesto Tito Bessone tras un toque en la definición del título del TC 2000 en Tucumán 1992. Siempre tuvo códigos con sus rivales y por eso fue un fiel exponente de otra época. El que siempre estuvo dispuesto con la gente, el que chicos que nunca lo vieron correr le pidieron una selfie porque se asombraron por sus maniobras increíbles que les contaron sus padres y abuelos.
Por todo eso, el deporte argentino sufrió una gran pérdida. Pero en especial automovilismo, que sufrió la partida de su último gran ídolo. Marcó la actividad arriba y abajo de los autos de carrera en los últimos 50 años. Hoy ya es eterno. Gracias por todo Flaco.